Ser

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Es este un espacio para la interacción entre la realidad de un ser real y la experimentación surreal de un ser virtual...

martes

Don Camilo, el de la panadería.



Y es que salió así, de la nada. Mentira, de la nada no, en realidad estaba preparado. La multitud venía sudorosa en la esquina de la panadería de Don Camilo. ¡Sí! de Don Camilo que es tan tranquilo y que a veces casi no entiende cuando uno le dice: "Don Camilo, ¿Tiene  pan caliente?" "¡Ca... ¿qué?!" Responde el viejo. Sí, él estaba ahí sentado en su butaca que tenía casi tantas líneas como él en su piel. El café esparcía su aroma por el lugar. La tarde era agradable, eso sí, hacía mucho sol, mucho calor. Mientras él asomaba lentamente su cabeza para divisar el panorama de la comunmente solitaria Avenida Flores, a sus espaldas la multitud se acercaba, más y más y él ni se inmutaba.

Pero es que Don Camilo ha visto tantas cosas, ha visto pasar tanta gente por ahí por donde se firman contratos y él sigue ahí en su panadería. Un día la pintó con orgullo de rojo,  luego sencillamente el tiempo vio como se caía la pintura y aquella fuerza y vehemencia con que Don Camilo hubo pintado su panadería aquella vez desaparecía como la arena superior de un reloj. En él se percibía un aire de resignación. Ya prefería escuchar la radio y mover lentamente su cabeza, en ése particular pero tan significativo gesto de reflexión. A veces, cuando se veía con mucha energía, traía un par de revistas y periódicos viejos que compartía con los más jóvenes que le apreciaban mucho por sus historias pero sabían que era muy esporádico el que estuviera en disposición de contarlas. En aquellas páginas en que Don Camilo deslizaba sus dedos mientras relataba se divisaban personas con sus brazos estirados gritando. También se veían muchos puños sellados con violencia. Banderas aquí y allá. Y siempre, en el centro de una de ellas, una fotografía de Don Camilo, muy joven, vestido de blanco y con una cinta roja en su brazo izquierdo, bastante serio pero con un leve movimiento de labio que sugería una sonrisa, como la Monalisa. La observa por algunos segundos más y la devuelve a la revista sin que ninguno de los jovenes alcance a percatarse de quién se trata. Continúa. Sus arrugados dedos sobre las letras e imágenes junto a su rostro conforman un aspecto bañado de una nostalgia de aquellas que las fuentes de los deseos generan en los niños que han crecido; sí, crecido entre deseos.

Pese a su limitada percepción sonora, Don Camilo escuchó un murmullo. Aunque lo que se avecinaba era todo menos un murmullo. Una verdadera jauría humana se agolpaba a lo largo y ancho de la calle con premura. Traían muchas banderas y venían en su mayoría de blanco. Don Camilo los observó, pasaban por la Avenida Flores, estaban frente a él ahora. Algunos por el andén de la panadería, otros por la calle. La multitud copada todo el lugar en su trayecto. De repente, Don Camilo se levantó de la butaca, se puso de frente a aquella multitud, levantó sus brazos y abrió su boca tan grande como pudo: bostezó. Tomó su butaca y la llevó dentro de la panadería. Cerró la puerta y se sentó en la butaca. Ahí, con sus facciones de la vida y los recuerdos de aquellos deseos lanzados a la fuente...

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