Ser

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Es este un espacio para la interacción entre la realidad de un ser real y la experimentación surreal de un ser virtual...

miércoles

Nació un cimarrón.


Con cadenas lo atan, su familia y su cuerpo maltratan. Balbucea por piedad en alguna lengua extraña. En respuesta a su lamento, encuentra un golpe certero que su conciencia arrebata.

Despierta, los suyos no son tan suyos; tienen ahora amos que con arma en la mano ven cómo limpian sus zapatos con sucios trapos. Aquella a quien sus besos regalara y aquel a quien en sus brazos arrullara se alejaban entre alaridos y un profundo llanto. ¡La furia se hacía veneno que por sus ojos escupía! Lágrimas ardientes corrían en sus mejillas y cada uno de sus esfuerzos por no separarse de los suyos se convertía en un golpe en su cuerpo que dejaría huellas que no borraría el tiempo. Nuevamente su conciencia le abandona. Ahora la razón es un latigazo que en su rostro se ha estrellado.

Intenta correr pero las ataduras casi pueden romper sus venas. El lamento no cesa. Las lágrimas escasean y su voz quebrantada se pierde entre las carcajadas de las armas que a su rostro señalan. Se extiende por horas que se hacen eternas. El cielo está despejado. Una lluvia de escupitajos baña su cuerpo confundiendo la sangre con agua y el agua con baba. Parece una lucha de fuerzas en la que aquellos que lo estropean se disputan el título de quién le deja más huellas. Su cabeza se pasea entre conciencia e inconciencia. La tortura se prolonga por toda la tarde y aquellos se permiten cederse el turno educadamente para tener la oportunidad todos de poner a prueba sus fuerzas. Hubo llegado. Todos entre carcajadas y bebidas frías que luego se convierten en la orina que termina la faena de aquella golpiza, entran a la hacienda. Él sigue ahí postrado, reducido, humillado. El cansancio se asoció con el sueño y se lo llevó a los campos del griego Morfeo.

Bajo el efecto del hambre y el adormecimiento, la noche se posaba y él seguía ausente de su propio cuerpo. Poco después, un ruido entre la hierba lo espabiló y retornó aquel agudo dolor en cada centímetro de su piel. Una gran sombra con un par de luciérnagas al nivel de lo que podría ser el rostro se acercaba. Estuvo a punto de gritar pero las fuerzas le faltaron, su voz le abandonó y ahora solo el frío y el temor se expresaban en su temblor, aceleraba el ritmo de su corazón. La sombra se abalanzó y tomó forma. Con la cercanía, aquella sombra se convertía en un hombre que con el índice derecho puesto sobre los labios y unos ojos grandes bien abiertos, desenfundaba algo brillante y reflectivo desde su cintura. Él, sin saber por qué, se tranquilizó. El hombresombra liberó sus brazos y con su mano izquierda le invitó a que le siguiera hacia lo oscuridad pero, contrario a lo que el hombresombra indicaba, él quería correr hacia la hacienda, recordando que hacia allá habían llevado a los suyos.

Con sus manos en el pecho hacía como si un bebé arrullara y se abrazaba. El hombresombra tomó su brazo y le resguardó con un abrazo. Sería su guía en la oscuridad y él debía abandonar lo que en la hacienda había. Tomó su brazo. Ambos giraron sus cabezas de izquierda a derecha, de derecha a izquierda. Ahora precedía el trayecto del hombresombra dejando a su paso lágrimas profundas que en la tierra se convertían en huellas. Mientras corrían elevaba sus manos en dirección al cielo como si esperara alguna explicación de la luna que a lo alto brillaba. No tuvo tiempo para limpiar ni secar su rostro pues casi sin darse cuenta, sus pies descalzos, de musgo y pantano se impregnaban mientras empezaban el largo camino entre la oscuridad de la noche y la inmensidad de la Selva…

Nació un Cimarrón.

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