Ser

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Es este un espacio para la interacción entre la realidad de un ser real y la experimentación surreal de un ser virtual...

sábado

Despertate, ya pasó el temblor

NOTA DEL AUTOR: No acostumbro a hacer públicas las fechas en que elaboro los textos que aquí comparto, no obstante, en este caso, las circunstancias -apenas comprensibles- lo ameritan. Este nació en la primera semana del quinto mes del presente año, 2014. 

Cuando despertó a su lado, vio que estaba muerta. De nada le sirvieron los tres años de compañía, fe y esperanza. Desde del accidente, Gustavo había quedado inmóvil, como es sabido por todos. Aunque era casi un vegetal, su madre se rehusaba a creer que quedaría reducido a eso; era la voz de la esperanzada familia. Cada tanto sonaba su teléfono, cuando no era Belén, era Cecilia o Deborah, a veces, incluso, llamaba Leonora. Chloé no, ella le ayudaba y, día de por medio, iba a la clínica también.

A la madre le tocaba llegar a la noche a casa y contarle a Benito y Lisa cómo había sido el día. A ellos no les gustaba ver a su padre así, a decir verdad, desde que ocurriera todo, solo lo vieron una vez, no aguantaron mucho tiempo y decidieron aguardar; Me verán volver, les dijo una vez. Aunque su madre no le contaba a nadie, siempre estaba rogando a Dios para que hiciera que la tierra temblara, tan fuerte que su hijo lo sintiera. Ella imaginaba que ese temblor podría ser su puente y podría cruzar, como el amor. Sin embargo, sus ruegos no eran escuchados en Buenos Aires que se veía tan suceptible, seguía con su furia, inamovible.

Lo que parecía cuestión de horas, se había hecho días, luego meses que se hicieron años. Ella había arrugado sus horas, envejecido al tiempo y ensombrecido las noches. Cada mañana se enfrentaba una nueva sentencia médica: “Es difícil que despierte”. Cada vez que oía eso, le volvía esa tos que en algún momento apareció y no volvió a dejarla en paz.

Mientras su hija seguía en cama, la pierna izquierda de ella empezaba a dolerle, luego la rodilla y su caminar era lerdo. No podía ser más contradictorio, sumaba molestias a su cuerpo y se la pasaba rodeada de médicos en la clínica ALCLA. No decía nada para no preocupar a nadie y al llegar se sentaba al lado de su hijo, para luego quedarse dormida con la cabeza apoyada en su regazo. Más, no pasó mucho tiempo para que los doctores dieran cuenta de su agotamiento, que cada vez era mayor. A las noticias de las mejoras visibles en las condiciones de su hijo, ella respondía con una alegría inexpresiva, eso alertó a todos. Sin buscarlo, ahora dormía junto a Gustavo, en otra camilla estaba hospitalizada.

A él le crecía el cabello, su piel tomaba nuevamente su tono habitual, parecia incluso, como si estuviera sonriendo, como alistándose para despertar. Su madre, ahora se veía más débil, su piel había cambiado. Su tos se había agudizado y la atención de los médicos, paulatinamente, se orientaba más hacia ella que hacia su propio hijo. El temblor se hizo en sus manos, la tierra seguía quieta pero sus dedos no paraban de moverse.A la madre se le iba la vida en prolongar la de su hijo.

Benito y Lisa no pudieron evitar ir a la clínica, ahora era la abuela quien también estaba con su padre. Tamaña sorpresa la que se llevaron al llegar a ALCLA y ver a su padre tan hermoso, tan vital, ¡tan él! Benito recordaba las largas jornadas estereofónicas brindando con unas buenas sodas. De la mano de Zeta, todos empezaron a volver a verle, lo único que esperaban era que de repente abriera los ojos, repitiendo que en sus sueños nunca pierde la oportunidad, que siempre es hoy. Todos rodeaban a Gustavo, todos menos Lisa, quien no podía apartarse de la abuela y lloraba silenciosa para no disminuir la alegría de todos. Lágrimas bajaban por sus mejillas al ver que la vitalidad de su padre contrastaba con quien tanto había estado pendiente de él, la abuela.

La madre, con su último suspiro, tomó la mano de Lisa, ésta se acercó a su abuela. Creyó alcanzar a oír que musitaba: “Tranquila, me lleva para que lo lleve”. Luego, la pluma digital que a diario dibujaba pequeñas montañas, en armonía con el palpitar de la abuela, se detuvo, por su parte, la de Gustavo empezó a rayar montañas aún más grandes, el de la abuela se hizo uno solo, una imperturbable línea recta que se rehusó a levantar curva alguna.

Su cuerpo estaba helado, Lisa llamó a los médicos y, justo antes de que éstos llegaran, la tierra, desde lo más profundo de sus entrañas, se movió con tal fuerza que todo cuanto había se venía al piso, se desboronaban paredes y todos se escondían bajo escritorios, cubriéndose hasta del mismo cielo que parecía caer. Lisa arropó el cuerpo de su abuela pidiendo a gritos ayuda, en medio de la algarabía se confundía su voz con el crujir de la edificación y las voces que clamaban por Dios. Benito se acostó sobre su padre, como Lisa sobre la abuela.

                Gustavo estaba desconectado, un show exclusivo ofrecía a su madre. Ella le pidió que se quitara las gafas negras, para verle los ojos; lo hizo, por ella. Tocó su mejor repertorio y le obsequió una y otra canción, tantas como ella le pidió. Terminó el show, Gustavo cerró los ojos, se marchó ella con una sonrisa.

Pasó el temblor,  cuando despertó a su lado, vio que estaba muerta

domingo

Necesidades del alma

¿Viste que a veces pasa que se sonoriza tu propia vida? Que, de repente, te encontrás con canciones que estampan momentos. Que ves en el tiempo el paso de las almas, de la vida, por tu vida. 

¿Viste que a veces pasa que se sonoriza tu sonrisa? Que, de repente, te encontrás con el instante que dibuja en tu alma el reflejo de la armonía. Que unas letras te sensibilizan, suaviza, la existencia.

¿Viste que a veces pasa que se sonoriza tu llanto? Que, de repente, te encontrás con maniobras acuáticas en tus mejillas, lágrimas pequeñuelas que se abren pasa en los pómulos de tu alma. Que cantas, y recuerdas cantar.

¿Viste que a veces pasa que se sonoriza tu silencio? Que, de repente, te encontrás con tu vida en retrospectiva, proyectando una perspectiva. Que se yergue una fuente en tu interior, que crees entender, y te queda agradecer.

Es llegar para estar y marcharse para seguir, es vivir.


viernes

Fragmento sin titular

Desde el momento en que vemos la luz nos hacemos restos, pedazos fragmentados que deambulan en busca de los trozos con los que otros se han quedado. Quien accede a nuestros caminos, no se marchan sin antes llevarse consigo un pedazo de piel, arrancarnos una nimia parte del ser.

Incompletos hasta el final de nuestros días. Vestigios que tras cada paso dejan huella para volver por ellos, a recogerles, a echarles en el equipaje. Eso somos, respiros instalados en el tiempo; imágenes proyectadas; memoria colectiva; recuerdos inestables; impulsos imaginarios.

No somos más que eso, ínfulas de seres vivos, humanos.

domingo

Apuntes sobre la pereza

Te asesta un golpe que te derriba, te deja zonzo y cuando crees poder ponerte de píe, pesan tus pies, tu propia alma. Ahí está, no la ves pero la sientes en todo tu cuerpo, en cada una de tus entrañas. Empiezas a pensar en que eres fuerte, que debes vencerla, sin embargo, se aúna con tu piel sin darte aviso alguno. El tiempo pasa y sigues ahí, casi inconsciente, débil, sin voluntad. Sigues ahí intentando encontrar una razón para ponerte de pie. 

Su táctica cambia según la circunstancia, a veces se abraza al calor y te cobija, te encanta su sensación y te desespera tan siquiera pensar en la idea de separarte de ella. Algunas otras veces, aparece vestida con su elegante traje de placer, te ofrece una perceptible comodidad y tus sentidos parecen no obedecer a tu propia voluntad. La quieres mirar de frente, a los ojos, quizá llegar a un acuerdo con ella. Desde siempre has estado ahí, eso lo sabes y lo tienes muy presente. Pero no, con ella no se puede acordar nada, siempre estás a merced de su voluntad. Si le abres la puerta, quizá no alcance tu propia fuerza para cerrarla. 


                                                                                                                           Apuntes sobre la pereza

jueves

Entrada

No necesitó decir adiós. Con ponerse de pie le bastó.